AMARILLO, GRIS, AZUL, ROJO, VERDE, MARRÓN
El tranvía amarillo se desliza sobre los andenes mojados por una llovizna molesta. Y nosotros sin paraguas. El cielo es gris y no da señales de volverse azul mientras buscamos nuestro alojamiento rojo. Llegamos y nuestra habitación ya no es nuestra. Esperamos y al final nos dan otra y tenemos que hacer la cama. Roja. Hay una ventana grande, llena de reflejos de arboles verdes y un escritorio de madera marrón. Las paredes blancas. Y el cielo gris.
Aquí antes vivía un escultor y ahora su espíritu. O esto nos cuentan. Yo me cago. Creo que Rober también. Pero la ventana llena de reflejos de arboles verdes me gusta y el escritorio también.
DOBRO UTRO SOFIA
добро утро = dobro utro. El alfabeto cirílico resulta más fácil de lo que parece… eso si te lo estudias antes un poco porqué si no, macho, no hay por donde cogerlo.
La primera impresión con Sofia fue buena, como casi siempre nos ocurre cuando leemos cosas malas sobre una ciudad… será que la miramos con ganas de sacarle partido, no sé, pero al final suele gustarnos. Si es que somos raretes.
La capital de Bulgaria se levanta a los pies de la cercana montaña Vitosha y tiene aquel aire de ex-ciudad comunista que puede echar para atrás a la primera mirada: titánicos bloques de hormigón se apilan el uno con el otro enseñando el ‘arte’ de la vieja escuela (estatuas más feas del mundo inclusive) pero por suerte Sofia no solo es gris soviético y lo descubrirás si te atreves a salir del típico circuito turístico y a callejear por sus arterias menos conocidas.
Así podrás toparte con casas enteramente pintadas, con graffitis coloridos, jardines llenos de sorpresas y mucha vitalidad. Da igual que el cielo siga gris soviético: Sofia tiene alma arcoíris.
BOHEMIA. UNDERGROUND. PERO SOBRE TODO ESTE.
En Sofia es imposible no sentirse en el este. Lo es mucho más que Praga o que Budapest. Lo es desde que pones el pie en sus calles, te lo cuentan las letras cirílicas, las cúpulas de la catedral de Alexander Nevsky, el habla de sus habitantes, el olor de sus guisos, el sabor dulzón del baklava (el mejor que probamos, por cierto), los nombres, las calles, las miradas. Todo es este, lo es también el murmullo constante de sus calles, los mercados de fruta, verdura y aquellos improvisados donde abuelitas venden bragas al mismo tiempo que iconos religiosos, las partidas de ajedrez delante de la Opera, mezquitas turcas, iglesias ortodoxas rusas, sinagogas judías. Sofia es esto: es este.
Mientras tanto llueve pero el cielo ya casi ni parece gris.