Copenhague: dejarse llevar suena demasiado bien

Dejarse llevar suena demasiado bien. 
Jugar al azar, 
nunca saber dónde puedes terminar… 
o empezar

Solo sabíamos que nos iríamos el 5 de febrero a las 08.30 de la mañana y que en el destino nos esperaban entre 0 y 2 grados de temperatura. Nada más. Ni idea de dónde íbamos a celebrar el  32º cumpleaños de Lety. Eso sí, por lógica descartamos el Caribe, además de que otra pista era que el destino era europeo.

Los chicos de Wowtrip lo tienen bien montado: un viaje-sorpresa es una muy buena idea. Muy buena.

Por nuestra parte conseguimos milagrosamente aguantarnos las ganas de echar un vistazo a los vuelos que salían a las 08.30. También superamos el impulso de mirar las previsiones del tiempo de media Europa. Lo que no conseguimos fue tapar la boca del chico (bien majo, por cierto), que nos llevó desde el parking hasta el aeropuerto:

“Así que volvéis el miércoles, a las 15.30, de Copenhague, no?!”

¡SOR-PRE-SA!

No teníamos ni idea de lo que nos esperaría en Copenhague, ni idea. Bueno, sabíamos algo de unos canales con casas de colores, de la estatua de la Sirenita, del frío. Pero nada más. Y aquí va un spoiler: la primera impresión fue buena, y la última también. Pero vayamos por partes.

Nada más dejar la estación central de la ciudad nos fuimos hacia el hotel y parece que la cosa va bien: justo tenemos un Lidl al lado! Así que aprovechamos y saqueamos la zona de la panadería. Ya os dijimos que Copenhague es una ciudad cara, ¿no? ¿No? Pues eso: es carilla, como el resto del norte de Europa! Peeeero, como siempre hay maneras de viajar barato… ya os contaremos 😉

Tras hacer el check-in, zamparnos los bollos, ponernos medias, leggins, dos camisetas, una sudadera, bufanda, jersey y abrigo, salimos a la calle sin demasiada movilidad física, pero bien calentitos! El objetivo del día es solo uno: callejear por la capital de Dinamarca y amigarnos con ella, cosa que no resultó difícil.

Copenhague es como una de aquellas bolas de cristal con nieve artificial, solo que aquí la nieve es verdadera.  Sus casitas son de cuento, de colores pastel, de grandes ventanales y fachadas de piedra y ladrillo, y nos entran ganas de pasar una temporadita por aquí, escribiendo y paseando. ¿Housesitting? Quién sabe!

Strøget, la zona peatonal que atraviesa el casco histórico es agradable, pero decidimos desviarnos y perdernos por las callejuelas que se abren a ambos lados, repletas de bicis aparcadas y escaparates de tiendas de diseño, de ropa y de antigüedades. A veces conseguimos colarnos en el patio de algún edificio. Desde el cielo caen copos de nieve helada pero nadie parece darse cuenta, ni siquiera las flores, que siguen viviendo su primavera eterna pasándose el frío por el forro del pistilo.

Una mujer saluda a sus nietos desde la ventana de una casa amarilla y todos tienen los ojos de tonos azul o verde. Lo único marrón son mis ojos, los ladrillos de las iglesias, la Torre de Charlottemborg, la Torre Redonda, el chocolate y la coca cola. También la madera de los barcos, los troncos de los árboles y la entrada del Tivoli -el parque de atracciones de la ciudad, uno de los más antiguos de Europa que, jo, abre en Abril-. Pero ojos marrones, los justos, y es que parece que los daneses tienen el Báltico hasta en la mirada.

Llegamos al canal de Nyhavn, uno de los lugares más famosos y emblemáticos de la ciudad y entendemos pronto el motivo: el reflejo de sus casas en las frías y transparentes aguas del canal es auténtica poesía. Es curioso pensar que este sitio tan cotizado hoy en día fue uno de los barrios más chungos de la ciudad en el pasado: aquí se podían encontrar los peores bares de Copenhague, frecuentados por pescadores, marineros y prostitutas. Si antaño debías tener cuidado por si alguien te metía un cuchillazo, hoy tienes que tener cuidado por si lo que te clavan es una cuenta desorbitada, y es que los restaurantes de la zona tienen pinta de ser pijos, o bueno… pigen. Sí, sí, hay un restaurante que se llama así. Por lo menos son claros.

Se dice que Hans Christian Andersen, el padre de La Sirenita, El Patito Feo, Pulgarcita y La Pequeña Cerillera, entre otros, vivió en 3 casas diferentes del canal y que en la actualidad cada 2 de abril, aniversario de su nacimiento, un danés algo chalado se pasea por Nyhavn vestido como él. Nyhavn también inspiró a Vetusta Morla y es imposible no fijarse en como “la corriente enseña el camino hacia el mar…”.

Si Nyhavn es elegancia, belleza y tranquilidad, Christiania es la otra cara de la moneda: es el niño rebelde de Copenhague, un lugar lleno de murales, chaquetas de cuero y ¿prohibiciones? ¡Las justas! Christiania es lo que no te esperas encontrar en una ciudad “seria” y “tradicional” como Copenhague. Pues toma sorpresa: se trata de una comunidad parcialmente auto gobernada, llena de casitas peculiares a orillas de la “playa” y famosa por tener una calle, la “Pusher Street” donde se pueden comprar drogas blandas (eso sí, si se te ocurre sacar fotos, los vendedores no serán nada blandos). Curioso, sin lugar a dudas.

No demasiado lejos de allí se encuentran la Opera de Copenhague y Papirøen (Paper Island) que alberga en su interior un mercado de street food muy guay donde Rober se comió un bocadillo marroquí delicioso y yo una pizza, cómo no.

Pero las sorpresas no acaban aquí: al día siguiente nos esperaban otras paradas igual de interesantes, como el Palacio de Rosenborg, toda una preciosidad arquitectónica, el Palacio de Amalienborg, casa (y pedazo casa!) de la monarquía Danesa y su cercana Iglesia de Mármol, o el Teatro Real, aunque estaba en obras se podía intuir la majestuosa fachada.

Aunque si hay un sitio, más que otros, con el que se identifica Copenhaguen es la estatua de la Sirenita. Aquí vamos a abrir un paréntesis… al parecer las estatuas europeas no tienen demasiada suerte. ¿Os acordáis de cuando os hablamos del David de Miguel Ángel? Pues la Sirenita es su compañera de fatiguitas: no bastaba con el hecho de renunciar a sí misma para poder tener piernas y casarse con su amor y  que este la terminara abandonando. No. Además a lo largo de sus años de existencia y espera le pasó de todo: le cortaron la cabeza, luego un brazo, la pintaron de rojo, le pusieron dinamita, la cubrieron con un burka, la decapitaron otra vez y hasta le pusieron la sábana blanca del Ku Klux Klan. Muchos se van decepcionados de allí por el tamaño de la estatua (mide 1,25 cm) pero ¿Qué quieren, una Sirenita-Ballena? Será que, como ninguno de los dos somos gigantes, nos hemos amigado con ella, nos pareció muy bonita.

Y hablando de bonita, nos hubiéramos comido un bonito entero, pero al ver el tamaño de las smorrebrod (las tostadas típicas de Dinamarca) del barecito donde pensábamos comer, cambiamos de planes… Resulta ser que Copenhague, aparte de ser una de las ciudades más ecofriendly (está llena de espacios verdes, hay más bicis que coches…) es también una de las ciudades del mundo con más restaurantes con estrella Michelin. Dicho eso y considerando que mi cumpleaños era una buena ocasión, decidimos… ir a un buffet griego baratito. Que más que estrellas Michelin somos de michelines!

El viaje a Copenhague fue probablemente el viaje menos organizado, pensado y programado de nuestra historia, nos quedamos con ganas de hacer alguna visita más como a los castillos de castillos de Frederiksborg y Kronborg, pero fue una pasada: al final los Vetusta Morla tenían totalmente razón y es que “dejarse llevar suena demasiado bien. Jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar… o empezar”

Gracias Wowtrip por invitarnos a vivir esta aventura y a todos los que nos habéis seguido por Instagram Stories y que nos habéis enviado muuuchos mensajitos :-*

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